El Parkinson, muy avanzado, ahora le impide hablar. Solía decir frases muy sabias que todos, sus amigos y familia, recordamos con cariño: "Hay que crear los buenos ratos; los malos llegan solos". "La suerte y los pendejos nunca andan juntos". "Llórate pobre, pero no te llores solo". "Cobra quien cobra". "Es más fácil crear que mantener". "Hay que ver finales, no principios". "Orden dada y no vigilada, vale para una chingada". "Para querer, hay que querer querer". Y muchas otras que la falta de espacio me impide transcribir.
Mi papá tenía una gran habilidad, un sentido especial para conocer a las personas, para leerlas y caerles bien, para conectarse con ellas de inmediato. Así que, un día, en su cincuenta aniversario de casados, con mucha dificultad, alcanza a formar dos frases que hacen enmudecer a toda la familia: "Si quieres ser feliz, haz feliz a tu pareja". Y "Si quieres que te quieran, quiere". Con esto, responde a la pregunta de Macarena: "¿Qué nos aconseja para tener un buen matrimonio?".
Alguna vez, en este mismo espacio, comenté el impacto que tuvo sobre mí la segunda frase. Me confrontó, me provocó a revisar cómo cumplía con ella en mi vida de pareja. Fue tanto lo que se quedó dando vueltas en mi cabeza, que no atendí a la primera ni a su sentido: "Si quieres ser feliz, haz feliz a tu pareja".
Ahora la retomo y, bien vista, significa un acto de generosidad constante: el detalle, la palabra cariñosa, el ceder, el abrazo que provoca sin remedio un círculo virtuoso. Hay que querer querer.
Lo curioso es que la magia surge en el momento en que empiezo a enamorarme de mí, de la vida, de mi trabajo. Ese amar en la vida es lo que enciende la felicidad con el otro. Cuando amas, eres más amable. Cuando sólo ves tus defectos, ves los del otro y los de la vida misma. El teólogo y amigo Roberto Pérez lo expresa en una frase que me gusta mucho: "Las cosas no son como las vemos, las vemos como somos".
Si esperas a sentirte feliz antes de amarte a ti, a la vida, a tu pareja, a tus hijos, a tu trabajo, creo que esperarás toda la vida.. Por ejemplo, trata de odiar a una persona y, al mismo tiempo, ser feliz. Trata de estar enojado con alguien y sentir paz. Trata de engañar a alguien y sentirte segura. Trata de culpar al otro y de no sentirte culpable. ¡No puedes!
Lo que le haces al otro, te lo haces a ti mismo. Ahora que, si amas, demuéstralo, exprésalo, comunícalo. Con frecuencia damos por hecho que el/los otros lo saben. Y es precisamente esto lo que abre la puerta a los problemas.
LA LLAVE DE LA FELICIDAD
¿Por qué no aprovechar estas fechas y provocar una plática abierta, honesta, en la que hablemos con nuestra pareja y nos preguntemos cómo podemos ser más felices? "¿Sabes lo que te quiero? ¿Cómo puedo hacértelo sentir mejor?". Quizá nos haga falta reservar más tiempo para estar solos, salir a tomar una copa, a platicar, a estar. Tal vez nos haga falta divertirnos y reír más. Abrazarnos, bailar juntos, propiciar momentos de intimidad. Hay que querer querer.
Cuando en la pareja las cosas se ponen tensas, difíciles, la solución es acercarse más, nariz con nariz. Entre más te alejas, más fácil es anestesiar las emociones, reprimirlas.
En el libro Happiness Now, del doctor Robert Holden, encuentro un poema (imagino que escrito por él) que me gustó mucho: "Si hay amor, la pena respira, las lágrimas sonríen, el dolor es más suave, la culpa pierde su filo, el juicio olvida a quién juzgar, el miedo ya no se asusta, la separación termina".
Donde hay amor, estás tú. Y mi papá agregaría: "...y tu felicidad también".
"Lo que le haces al otro, te lo haces a ti mismo.. Ahora que, si amas, demuéstralo, exprésalo, comunícalo. Con frecuencia damos por hecho que los otros lo saben. Y es precisamente esto lo que abre la puerta a los problemas".
Por Gaby Vargas